Cuando las prisiones sirven para reinsertar a los que han errado
Rodeado de un barrio residencial con casas agradables y cuidados jardines se alza un edificio del siglo XIX de frente de ladrillo de líneas austeras pero señoriales. Podría ser el campus de alguna prestigiosa universidad europea. Pero no lo es. Se trata de la prisión de Helsinki (Helsingin vankila en finés), en el distrito de Kalasatama de la capital finlandesa. Un versículo de la Biblia, en sueco y en finés, recibe a los visitantes en el frontis del edificio: Si vuelves al Señor, tu Dios, dijo el Señor, tu Dios dará vuelta a tu prisión, y tendrá misericordia de ti.
No hay rejas ni cacheos ni la obligación de dejar llaves o celulares. Alli hay clientes, así se denominan a aquellos que purgan condenas de servicio a la comunidad -las conocidas por nosotros como probations-, pero que por extensión alcanza a todos los prisioneros. Si son jóvenes, se los llama alumnos.
Finlandia es el país con menos cantidad de presos por habitante en Europa (52 cada cien mil) y a la vez con la menor cantidad de policías por habitante (149 cada 100 mil). Para establecer una comparación, Estados Unidos tiene 750 presos y 248 policías por cada 100 mil habitantes. Una curiosidad de Finlandia es que posee la menor cantidad de policías por habitante de toda Europa -con una reputación sin mácula- y sin embargo se resuelven en ese país más del 90 por ciento de los delitos graves.
Los únicos que están apartados en un pabellón especial son lo que han cometido ofensas sexuales, explica Cherif, uno de los internos. Tal parece que es un código universal que los presos repudien a los violadores. Proyectan en estas conductas el riesgo que corren sus familias, a las que ellos no pueden defender estando encarcelados.
No al castigo
Jouko Pietilä, director general de la prisión, afirma que «nosotros no creemos que lo que perfecciona a la justicia sea el castigo. El castigo al culpable es la concreción de la venganza personal a través de la vindicta pública. La sociedad no mejora con eso. El sufrimiento no mejora a nadie ni desalienta el delito. Por el contrario, lo estimula».
De las 26 cárceles que existen en Finlandia las dos terceras partes son de régimen cerrado. Hay otras abiertas con muchas libertades y confort, con casas espaciosas en medio de un gran parque. En ellas no hay puertas ni cerraduras y los presos tienen celulares, hacen las compras en la ciudad y gozan de tres días de licencia cada dos meses. ¿Por qué no se escapan? Simplemente porque los van a atrapar y eso implicaría purgar su pena en una prisión de régimen cerrado.
Sin llegar a eso, la de Helsinki tiene espacios de estar con sillones, televisores plasma y mesas de ping pong que bien podrían ser de un confortable hotel. Tienen sauna (en Finlandia no se consideran un lujo), canchas multifunción techadas y gimnasios con aparatos modernísimos, con áreas para musculación, actividad aeróbica, etcétera. Los presos pueden recibir visitas íntimas de sus esposas o también familiares con sus niños. Para eso hay departamentos perfectamente acondicionados, con cocina, juegos para niños y una habitación con cama matrimonial.
Una sociedad integradora
La gente tiene incorporado un sistema de valores que son los que diseñaron la sociedad en la que vivimos hoy y que no quieren cambiar. Los derechos humanos están en el pináculo de esa escala axiológica y nadie considera posible alterarlos por una cuestión de dinero.
Ese comportamiento colectivo es, además, el antídoto que quita del escenario de decisiones a políticos populistas que presionan o hacen declaraciones clamando por mano dura para con los criminales.