Capítulo 5 de Temps Mort: Padre Jesús Roy, el mercedario de la prisión
El padre Jesús Roy celebra la Eucaristía, hace misa y confiesa a quien sea necesario, pero también habla sobre cualquier tema, ofrece cigarrillos o una mano a quien lo necesite. En el capítulo 5 de Temps Mort el mercedario cuenta su experiencia de más de 25 años visitando la cárcel de mujeres de Wad-Ras.
Su objetivo es ayudar y humanizar el trato a las internas sin importar por qué están encarceladas. Es la filosofía de los mercedarios, una orden religiosa con más de ocho siglos de vida dedicada a dar apoyo a las personas privadas de libertad.
[Artículo de Temps Mort]
Se solicitan poco más de 2.400 programas de justicia restaurativa al año
Obra Mercedaria acompaña las necesidades de las personas privadas de libertad durante todo el proceso
«En la cárcel he aprendido a no mirar el reloj porque el tiempo es para la persona con la que hablas», explica el cura de Wad-Ras. Comparte conversaciones con las internas del centro penitenciario de Barcelona, donde cumple una función de oyente, pero también de acompañante. Es parte de la filosofía de los mercedarios, la orden religiosa a la que pertenece, centrado en la atención a las personas privadas de libertad desde la perspectiva de la justicia restaurativa.
El padre Jesús Roy visita el centro de mujeres desde hace 25 años. Celebra la eucaristía, hace misa los domingos, confiesa a quien sea necesario y, además, charla con quien quiera. O más bien, con quien lo necesite. El entrevistado del quinto podcast de «Temps Mort» dice que en prisión ha descubierto que hay buena gente:
«No digo que tengan la culpa o sean inocentes, pero las circunstancias de la vida les han llevado a estar encerradas y pienso que, si yo hubiera tenido las mismas oportunidades, quizá también estaría entre rejas».
Otra vía de reinserción
El objetivo de la presencia del padre Jesús es «ayudar y humanizar el trato a las internas». Escuchar la voz de quien ha cometido un delito también es uno de los ejes vertebradores de la justicia restaurativa, una alternativa al proceso penal tradicional que, según las Naciones Unidas, hace balance entre las necesidades de la víctima, la persona que ha ofendido y la comunidad.
Los programas de reparación de daños buscan la participación activa y voluntaria de los tres agentes para que, por un lado, quien haya sufrido la ofensa tenga la oportunidad de expresarse libremente y porque, por otro, quien ha delinquido entienda las consecuencias de sus actos, acepte responsabilidades y evite repetirlos.
El criminólogo Nils Christie apuntaba en 1977 que «jueces, abogados y fiscales son ladrones de los conflictos y deben devolverlos a los protagonistas». Así empezaban a abrirse paso las alternativas a la cultura punitiva, que apuesta más por el castigo que por la reinserción. Cuatro décadas más tarde, el Departamento de Justicia catalán calcula que sólo se han solicitado 2.482 programas de justicia restaurativa en 2019, y de los casi 3.000 casos finalizados el mismo año, poco más de la mitad han llevado a cabo un proceso restaurativo real. A menudo la víctima prefiere no participar.
Los mercedarios
«Si buscáramos estadísticas de éxito, no trabajaríamos en prisión», admite el padre Jesús. Para él, lo más importante es ayudar a las reclusas mientras están cerradas, ya sea con una buena conversación, un saco de ropa si no tienen nada o un favor haciendo de mensajero para las familias. Más allá de la reparación de los daños a la víctima, la Obra Mercedaria se centra en los problemas que la misma interna debería solucionar de su propia vida antes de volver a la libertad. Protagonizan, por tanto, la tercera pata de la justicia restaurativa: la comunidad debe involucrarse para prevenir futuros actos delictivos.
Repartidos entre España, Mozambique y países de América Latina, los mercedarios atienden a más de 45.000 personas que cumplen condena o han sido encarceladas. Es la única orden religiosa que tiene un cuarto voto, el de la redención. 800 años atrás, daban su vida para salvar la de un preso o un esclavo. Ahora, ofrecen tiempo y dedicación en la prisión y en las casas de acogida donde las mujeres y hombres pueden vivir cuando salen a la calle.
El cura de Wad-Ras resume la relación con las internas así: «Veo el rostro de Jesús en cada presa y, por tanto, no las juzgo porque ya han pasado por un juicio», y añade:
«Para mí evangelizar puede ser tanto la celebración de la eucaristía como ofrecer un cigarrillo cuando se les ha acabado el tabaco».
Una misión adaptada a las circunstancias de quien la necesite.